HEMOS VUELTO

Con la final de la Eurocopa se ha constatado que la España feliz nunca se fue; la de siempre, la plural, la de todos, sigue más vigente que nunca. Es sencillo de entender: nos han intentado colar una ideología impostada, por la puerta de atrás, que jamás ha representado la realidad de la calle. Nos hemos dicho (con cierta razón) que vivimos en las ruinas de una civilización pasada, aquella de la transición, elegante y estética, que, con este conato de revolución cultural, fue casi destruida por completo. Ha quedado patente, sin embargo, que los cimientos son fuertes y, desde ellos, es imperativo volver a edificar lo perdido. He visto con emoción el camino de una selección que ha vuelto a unir a una patria que había olvidado su esencia, la del humanismo por encima de la política, aquella que priorizaba la persona al votante y que no hacía apología de ese odio del que beben ciertos partidos. España se ha rebelado ante esa colectivización de la izquierda, ese enfrentamiento entre hermanos, esa cultura de la cancelación y la ha sustituido por la comedia, la alegría y el buen vivir. El pueblo se ha demostrado muy superior a sus dirigentes y los jugadores de la selección se han reivindicado como adalides de la España de siempre, de la del 2008, 2010 y 2012.

Cuando alguien me pregunta por nuestro presidente siempre contesto que ocupa una posición moralmente ilegítima (que no legal y constitucional) porque no representa la realidad de España y su gente. Ha hecho de la política un enfrentamiento entre españoles, una cruenta batalla muy alejada de la contraposición democrática de las ideas. Nos han hecho pasar por normal lo que no tiene ningún sentido: un asalto continuo a las instituciones y un aprovechamiento de una posición privilegiada para hacer de lo común algo propio. Esta distorsión que enfanga la vida institucional y ensucia la imagen interna y externa de la nación en toda su extensión, contrasta radicalmente con la imagen de unas calles que se abrazan con alegría, que no preguntan quién eres, ni a dónde vas, a quién amas o lo que piensas; simplemente les vale con el amor que profesas a esta tierra y el orgulloso sentido de ser parte de este crisol de ilusiones y sentimientos. Una pluralidad de personalidades que no se juzga ni se margina, simplemente se comparte. 

El renacimiento de una identidad común, esa que se siente y se vive en las plazas y las calles, nos recuerda que, más allá de las diferencias ideológicas, existe una esencia compartida que nos une. La Eurocopa ha sido un catalizador para esta renovada conciencia colectiva, un evento que ha trascendido el mero ámbito deportivo para convertirse en una celebración de la unidad. En estos momentos de alegría, es evidente que la pluralidad no es un obstáculo, sino algo que enriquece el tejido social. La victoria en el deporte ha sido más que un triunfo en el campo; ha sido una reafirmación de la capacidad de un pueblo para superar adversidades y divisiones. Los jugadores, con su dedicación y esfuerzo, se han convertido en un símbolo de esta España resurgente. Han demostrado que, trabajando juntos, podemos tocar el cielo, y que la colaboración y el respeto mutuo son fundamentales para el éxito.

Cabe destacar, también, esa absoluta victoria en las calles de regiones sometidas al pensamiento único por los partidos nacionalistas y el reconocimiento a esos valientes a los que han señalado sistemáticamente por sentirse españoles en España. He podido ver con satisfacción cómo, en las redes sociales, aquellos que nos odian se lamentaban de su fracaso. Años de adoctrinamiento y persecución solo han servido para demostrar que España está más viva que nunca y que llega a cada rincón de esta provecta patria. Es indiscutible nuestro triunfo. Nos hemos quitado los complejos, hemos bailado y les hemos hecho bailar. Una y mil veces volvería a nacer español.

Es esencial que aprovechemos este momento para reflexionar sobre el camino a seguir. Debemos reconstruir los puentes que se han roto, fomentar el diálogo y el entendimiento, y rechazar la política del enfrentamiento que tanto daño ha hecho. Es imperativo que nuestros líderes escuchen el clamor de la ciudadanía, que pide un cambio hacia una política de altura. La España que se ha mostrado en la Eurocopa es la que todos queremos: una nación que valora a cada individuo por lo que es, que celebra sus diferencias y que se une en torno a un objetivo común. La tarea no será fácil, pero los cimientos están ahí. Debemos trabajar desde ellos para edificar una sociedad que refleje verdaderamente los valores de libertad, orgullo y gallardía. Es momento de dejar atrás las divisiones artificiales y construir juntos un futuro donde todos tengan un lugar, donde se priorice el bienestar de las personas sobre los intereses partidistas.

El deporte nos ha dado una lección de vida: cuando nos unimos, somos invencibles. Que esta lección se extienda a todos los ámbitos de nuestra sociedad, para que la alegría y el buen vivir sean la norma y no la excepción. Hemos vuelto, y con más fuerza que nunca, para demostrar que la España plural, inclusiva y alegre nunca se fue y que, pese a los intentos de esa neoizquierda nacional de impostar una ideología nueva, esta patria sigue más viva que nunca y, simplemente, estaba esperando el momento adecuado para resurgir y reivindicarse. Le pese a quien le pese: ¡Viva España!